Cada día se hace más visible el divorcio entre la Igleisa y la fe. ¿Estará la jerarquía eclesiástica lo bastante ciega como para no detectar en sus verdaderas dimensiones el foso que se abre entre lo que ella enseña y ordena y lo que realmente se hace o se piensa en los medios cristianos? Anunciado, entre otros, por el cardenal Ratzinger, el fortalecimiento de una religión basada en la autoridad, en una Iglesia en la que las mentes creativas sufren el acoso constante de una implacable censura, sólo conseguirá acelerar el proceso de desmoronamiento. Vivimos unos momentos decisivos para la Iglesia, y es de temer que muchos de los creyentes más auténticos se desanimen y, poco a poco, acaben alejándose silenciosa y discretamente. Pero es claro que su marcha haría aún más difícil e improbable el cambio que la Iglesia necesita realizar imperiosamente si de veras desea ayudar a los hombres a acercarse y conocer mejor a Aquel que vino a enseñar el camino... Para sobreponerse a la angustia y a la cólera, para esperar contra toda esperanza desde la pura fe, el cristiano de hoy no tiene más remedio que esforzarse humildemente por alcanzar lo esencial: recuperar, en el tiempo que le ha tocado vivir, lo que Jesús vivió en su propio tiempo. Y reinventar una fe acorde con nuestro mundo en constante evolución: una fe que sea fidelidad creadora y que no parece poder expresarse ya a través de grandes movimentos espirituales, sino en iniciativas personales de individuos o de pequeños grupos. Marcel Légaut, tras una larga introducción inédita, retoma en estas páginas una serie de temas que ya trató hace cerca de veinte años, pero que se han hecho más actuales de nunca debido a la grave tentación que amenaza a la Iglesia de replegarse temeraria y funestamente sobre el pasado.