Hay en tu mundo interior un espacio libre de todo pensamiento. Ocupa un lugar en la conciencia alejado del ruido mental y de cualquier otra distracción proveniente del mundo material. Está desprovisto de toda influencia procedente de los sentidos perceptivos, de manera que tan solo existe el silencio y una quietud que te arrastra a encontrarte contigo mismo, en esos momentos en los que te sientes abierto a escuchar la calma y a entrar en una paz interior que te haga olvidar el caos o cualquier otra crisis de tu vida confusa. En tal situación, adviertes un escenario totalmente nuevo, libre de toda influencia externa, donde te encuentras a solas contigo mismo en un mundo sin nombre, desde el que puedes observar todo un cúmulo incesante de imágenes perennes, que se diluyen por tu conciencia en cuestión de segundos y gastando tu energía en un tren infinito de pensamientos difusos. Por un momento sientes que puedes hacerte con el control de lo que allí ocurre; entonces todo se detiene, a medida que el sosiego crece y tu mente remueve el ruido y tu conciencia se aclara. Empiezas a asistir a un milagro que permanecía oculto en ti pero que no descubres hasta ese momento: la sorpresa de encontrarte contigo mismo comprobando al mismo tiempo que eres distinto al que pensabas que eras.