Hace 500 años ocurrió un desencuentro entre los pueblos europeos y los de América. Hoy en día, lo que pretendemos es crear espacios de verdadero encuentro entre ellos. Y ello pasa obligatoriamente por la reconciliación, vale decir el reconocer los errores propios, solicitar el perdón y reparar las faltas. Estamos condenados a entendernos o a degenerar todos juntos. El mundo occidental agoniza por su carencia de sacralidad, su alejamiento de la naturaleza, su pretensión a la omnipotencia y su mortífero materialismo. Se olvidó cosas tan evidentes y sencillas como que tiene la tierra bajo los pies y el cielo sobre la cabeza. Ha reducido su espacio mental a una aburrida horizontalidad que trata de compensar mediante proyecciones, ilusiones y delirios. El extremo de esa huida desesperada se ilustra en el extraordinario invento de la realidad virtual donde pretende recrear lo que no puede vivir en esta realidad cotidiana y ordinaria desprovista, a sus ojos, de interés. Cuando el individuo moderno se olvida de los dioses pierde su capacidad de maravillarse del milagro de la vida: extraviado en laberintos mentales desconectados de su corazón, intentando a toda costa comprender y explicar racionalmente los fenómenos, se queda en el mundo de las apariencias y atrofia su capacidad de contemplar el misterio. Nos morimos, hombres blancos y sus seguidores, porque ya no sabemos escuchar el susurro del silencio, la voz de la naturaleza, el soplo del espíritu. Nos morimos de inanición porque ya no sabemos nutrirnos de los alimentos de los dioses, el maná que caía del cielo y sigue cayendo con toda la generosidad del Eterno. Es otra la degeneración que amenaza a los pueblos indígenas y las culturas ancestrales pero no es menos peligrosa. Los guerreros del pasado se han vuelto predadores los unos para los otros y se auto-agreden a nivel individual o colectivo. Guerras tribales, guerras interétnicas, guerras brujeriles. El mito (en su sentido positivo etimológico) de justicia y equilibrio se ha reducido a la reciprocidad de la agresión. Las prácticas curanderiles están infestadas de brujería, hechizos, daños, luchas de poder, envidia generalizada e intenciones escondidas. En su impotencia frente a la violencia occidental, el mundo indígena utilizó su conocimiento de las fuerzas de la naturaleza para transformadas en armas ocultas no sólo defensivas sino también francamente agresoras. El guerrero perdió el rumbo, el combate ya no era un acto ritualizado de restablecimiento del equilibrio sino una forma de desfogue del odio. Así también se fue perdiendo su alma y su dignidad a sus propios ojos. Los dioses se volvieron mudos para sus hijos que ya no escuchan a los mayores, no respetan más a los ancianos y ancestros, rehuyen las enseñanzas tradicionales. Mientras la culpabilidad morbosa invade el mundo occidental, el rencor secreto pudre las almas indígenas. A la extraversión invasora de los occidentales responde una introversión enfermiza de los indígenas. Frente al complejo de superioridad de la cultura moderna se manifiesta un complejo de inferioridad de los pueblos tradicionales con las compensaciones inversas inconscientes que generan. Así vivimos todos una dramática esquizofrenia que genera múltiples delirios. Necesitamos curarnos de nuestras mutuas proyecciones y de la fascinación alienante producto de nuestra recíproca ignorancia. El joven indígena se deja fascinar por las sirenas del materialismo, del dinero fácil, de la magia tecnológica y de los espejismos de libertinaje confundido con la libertad. Mientras tanto el joven occidental idealiza de manera ingenua las espiritualidades exóticas, el retorno del "buen salvaje" y el mito de un hombre primitivo inocente, puro y bueno por naturaleza. Y así soñamos despiertos entre la exaltación irreal y miedos imaginarios hacia el otro, evitando confrontarnos con nosotros mismos, con nuestro pasado y con nuestra historia, a la vez, a nivel individual como a nivel colectivo. No tenemos otra opción que curarnos mutuamente, conocernos, amaestrarnos los unos a los otros. Es urgente que perdamos el miedo al otro, al desconocido y recobremos fe en la vida. Nuestra enfermedad es de orden espiritual y, como dijo el pensador francés André Malraux, el siglo que se acerca será espiritual o no será. El mundo indígena descubrió la vigencia del espíritu en la naturaleza y supo defender los valores de la colectividad frente a sus componentes. El mundo occidental fomentó el surgimiento del espíritu en el ser humano y reconoció los valores del individuo frente al grupo social. Las tradiciones non occidentales deben aprender a dar acceso a un camino personal y de individuación (en el sentido junguiano) a cada miembro de la sociedad. La cultura occidental debe a su vez reconocer los límites de la libertad individual para proteger los legítimos e indispensables intereses del grupo y recobrar el respeto a la naturaleza. Vale decir que se requiere de una mutación de los horizontes psíquicos de ambos abordajes culturales. Ese cambio incluye dos fases, en primer lugar recobrar la sacralidad, las raíces de identificación con nuestros antepasados procedan de donde procedan, reapropiar nuestra historia y por ende recuperar dignidad, para luego dar espacio a una ampliación de nuestros enfoques que nos permita intercambiar, franquear fronteras, acercarse al otro. Tenemos que perdonamos a nosotros mismos para alcanzar la posibilidad de perdonar a los demás. Ese camino desemboca en la fecundación recíproca de las culturas, el enriquecimiento mutuo, en un verdadero mestizaje integrador en lugar de la disociación contemporánea que rige actualmente nuestras vidas, nos fragmenta, nos atomiza. Caminamos, lo queramos o no, hacia el mestizaje psicológico, cultural y racial y la universalización de la sociedad humana: nos compete que ello se vuelva una aburrida y triste uniformización o una valiosa pluralidad. No borremos nuestras especificidades o particularismos para fusionarnos artificialmente en seres indiferenciados, más bien aprendamos a ser plenamente diferenciados para enriquecernos mejor de nuestros diversos dones. Con el miedo sólo vemos en el otro el reflejo de nuestras propias sombras y nos atemorizan nuestros diablillos, nuestra oscuridad. Cambiemos la mirada para que mis ojos vean en los tuyos luz, sabiduría, amor y reconozca entonces que ello también yace en el fondo de mi ser porque serás espejo fiel de lo lindo y positivo que me habita. Vi un día que la serpiente se anidaba en la cabeza del ser occidental y en el abdomen del indígena en su doble simbolismo, la serpiente-saber, medicina, curación y la serpiente demonio, veneno, daño. Serpiente occidental con la fuerza del pensamiento racional, la elaboración de la palabra discursiva y su otra vertiente perjudicial del laberinto mental, de la frialdad calculadora hasta la locura. Serpiente indígena de la intuición, de la intensidad en el sentir inmediato, del contacto directo con la materia y su lado negativo de funcionamiento impulsivo y de pasión violenta hasta la agresión destructiva. Cuando las dos serpientes se desenrosquen, se juntarán a nivel del corazón, punto cero del conocimiento creador, de la verdadera inteligencia. Así, formando el ocho del infinito, abrirán nuevos horizontes para la raza humana, la energía podrá fluir libremente y conectar cabeza y pies, cielo y tierra. Ello nos exige el camino de la humildad, de la paciencia, de la tolerancia y del amor para que la individuación no se vuelva individualismo, para que lo colectivo no se vuelva fuerza opresora de la libertad. Busquemos el coraje y la audacia suficientes como para adentrarnos en las profundidades de nuestra alma donde encontraremos inevitablemente las leyes inmutables de la vida, esa ética ontogénica, fundamental, que lo divino nos dio de viático a todos y cada uno por igual. Ahí todo está escrito no como un código moralista sino como un poema a la vida o como sagas míticas; todo se dice no según el discurso de la razón y arengas revolucionarias sino con la voz del silencio y el cántico del amor: todo se ve no como planchas anatómicas y dibujos técnicos sino con parábolas y visiones metafóricas. Ahí en este núcleo de nuestro ser retumba la voz que nos llama, la palabra que se nos dio al venir a la vida y debe fundamentar para cada uno nuestra vocación. Al conocer el vocablo-vocación que se nos ofreció como destino recién sabremos cuáles límites se nos impartió y cuáles espacios se nos propone conquistar para realizamos y así florecer. Creo que recién estamos descubriendo el camino de la verdadera libertad que no va sin límites y responsabilidades, individuales y colectivos. La entrega (en francés "se livrer" libera) es condición de liberación. Dejemos de escondemos en discursos vacíos y realidades virtuales para encarnar el espíritu, espiritualizar la materia como decía el místico y científico Teilhard de Chardin. Deseamos vivir aquí y ahora, ni en un indigenismo paseísta ni con las promesas huecas del chamanismo cibemético. La vía del conocimiento y del amor nos compromete con el cuerpo social. Preguntémonos cuál es el servicio concreto al que nos induce nuestro propio proceso de liberación. ¿Tendrá frutos el árbol? La compasión debe ser pasiva en la meditación, la oración, la contemplación pero muy activa y pragmática en el servicio, la intervención en el tejido social, la curación para aliviar el sufrimiento de los demás. El CISEI, Consejo Sobre la Espiritualidad Indígena, ha sido fecundado por un maestro indígena, el líder lakota Wallace Black Elk. que nos honra con su presencia, y nuestra amiga Marina Villalobos, quien recogiendo su sabia palabra tuvo el valor de iniciar en 1996 en Morelia, México, el primer Foro Sobre la Espiritualidad Indígena. Que encuentren aquí la manifestación de nuestra profunda gratitud por haber sembrado esa promisoria semilla. Luego de una gestación de dos años, esperamos aquí, en Tarapoto, que nazca el CISEI, formalizándose y tomando cuerpo. Este encuentro apunta a que aprendamos a escucharnos, hablarnos, perder los miedos, vencer la desconfianza. Queremos fomentar el encuentro entre estudiosos, entre indígenas y entre ambos grupos. Cada uno podrá hallar espacios para expresarse a su manera, mediante la palabra o mediante actos rituales o curativos. Deseamos también abordar los puntos que nos parecen más cruciales en la época actual y que tienen que ver con la desvirtualización posible del espíritu que nos guía y de la destrucción de los recursos que El puso a nuestra disposición. Para ello, es preciso definir la ética que nos reúne y que peligra con fórmulas de mestizaje cultural o espiritual arriesgadas, surgidas en el ambiente del "new age", y de la explotación con fines personales de la sed espiritual: ¿Qué del neoshamanismo? ¿Qué de los maestros y sectas que brotan por doquier? ¿Qué del turismo shamánico? Existe el peligro también de la avidez mental de la sociedad postmoderna que para llegar a su fin está dispuesta a acabar con los sitios sagrados, los bosques y los representantes de los grupos nativos; hasta pretende adueñarse de la propiedad intelectual del saber ancestral y depositar brevetes sobre plantas medicinales, nutritivas, ornamentales, de uso doméstico o industrial. Peligro también de la rigidez mental que pretende ignorar y prohibir los conocimientos ancestrales, en especial en materia curativa y en el manejo de plantas maestras o visionarias. El Centro Takiwasi, organizador de este encuentro, ha intentado modestamente pero con entusiasmo, ofrecer el espacio para que se haga posible la realización de este II Foro. Hemos asumido esta responsabilidad recién hace 6 meses y con un escaso presupuesto solventado en un 90% por Takiwasi: el tema de la espiritualidad parece motivar poco a las financieras que nos ofrecieron generosamente su apoyo... ¡moral! Por ello les pedimos de antemano su comprensión y que nos disculpen por las fallas de las cuales puede adolecer el evento. Quiero agradecer a las múltiples personas y escasas instituciones que de una manera u otra nos ayudaron para la realización de este foro, y que no me atrevo a citar por temor a olvidarme de alguna. No me es posible nombrar a todos pero no puedo terminar sin citar particularmente a algunas personas presentes. Agradezco a la antropóloga Lupe Camino, quien supo animarnos desde el inicio contra vientos y mareas y más que todo contra esta razón razonable, esta razón excesiva y paralizante que mata la divina locura que queremos compartir. Mi más hondo reconocimiento a la socióloga Fanny Mora, quien ha sido la abeja obrera de la preparación de este foro que no habría sido posible sin su entrega, su entusiasmo y su abnegación cotidiana. Mis sinceros agradecimientos a toda la gente de Takiwasi que aceptó este reto sin murmullos, a sabiendas de que se tomaba un gran riesgo económico: es su trabajo que ha proporcionado los escuetos fondos que nos permiten encontrarnos hoy en día, es su regalo para ustedes. Gracias a mi familia y particularmente a Gonzalo y Rosa por su paciencia para soportar mis ausencias y proporcionarme su cariño comprensivo. Son maestros indígenas los que guiaron nuestros pasos desde el inicio de esta aventura peruana y ahora americana y en representación de todos los que estuvieron en el camino, mi reconocimiento al maestro don Salón T ello Lozano, hombre de gran corazón e infinita paciencia y a don Guillermo Ojanama, curandero siempre alegre y dispuesto a compartir con sencillez su notable conocimiento del mundo amazónico. Siendo también la hora del reconocimiento de los errores y siendo yo hombre blanco llegado a tierras americanas para aprender de los nativos de este continente, de los guardianes del espíritu ancestral, de ustedes señoras y señores representantes de los pueblos indígenas, permítanme el atrevimiento de solicitar el perdón por el daño que nuestra cultura y nuestra raza han ocasionado a su tierra, a sus ancestros y sus familias, a su cultura y a sus dioses. Que venga la hora de la reconciliación y de la cicatrización de las heridas. Les pido que este espacio del CISEI sea un lugar de encuentro y confraternidad, donde podamos aprender a ser todos chaka-runas, los hombres- puente anunciados por la majestuosa cultura Inca. Puente entre culturas, entre razas, entre sabidurías. Que asumamos el riesgo de fecundarnos y liberarnos recíprocamente y volvernos hermanos para el presente y futuro de nuestro planeta. Que se levante nuestra mirada, allá arriba donde las barreras entre los hombres no alcanzan a los dioses. Para ello, quiero desplegar la bandera del Tahuantinsuyo, del imperio de los cuatro suyos, para que se vuelva bandera de los cuatro rincones del mundo de donde procedemos, arco iris símbolo de nuevas alianzas, señal permanente de unión del Cielo y de la Tierra. Les transmito desde Francia el saludo de la Organización de Tradiciones Unidas por encargo expreso del monje budista Denys Tendroup, quien lidera esta institución internacional. Un cordial saludo a todos nuestros amigos que quisieron arduamente venir y no pudieron. Gracias a todos los que hicieron un esfuerzo especial para llegar hasta aquí: que encuentren en esos pocos días en Tarapoto lo que vinieron a buscar... y mucho más.