Escuchar el Silencio de Dios no es sólo para algunos. Para escuchar el silencio de Dios lo primero que debemos tener en perspectiva es que Dios habla, tiene su voz, la que ha dado a conocer desde que existen todas las cosas. Debemos preguntarnos, ¿cómo es esa voz? Para poder comprender cómo es, solo podemos ir a la Biblia. Prestando atención cada vez que dice que "Él habló", a quién le habló. ¿De qué forma lo hizo? ¿Cuál fue el impacto del mensaje entre los personajes y pueblos que recibieron las palabras divinas? Una vez conozcamos su matiz, carácter y personalidad, seremos capaces de discernir su opinión en cada evento de la vida humana. Así que cuando Dios no dice nada audiblemente, quienes conocen su palabra escrita estarán seguros de lo que Él hará a continuación, porque reconocen su voz y cómo se manifiesta a sus hijos. Ahora, ¿qué sucede cuando una persona está expuesta a la palabra de Dios, pero circunstancialmente deja de escucharlo o percibirlo? Es aquí donde muchos se extravían, pierden su norte y el sentido de vivir una vida plena en Dios. Tal y como el autor lo experimentó, algunos se preguntarán: si en verdad Dios habla, ¿por qué no lo oigo? ¿Cómo escuchar su silencio, si ni siquiera su voz registro dentro de mí? ¿Cuáles son las posibles razones por las cuales un creyente deja de escuchar o simplemente no escucha a Dios? Pensemos, si apartamos nuestra atención de Él, ¿cómo lo escuchamos? Cuando crea no escuchar a Dios, preste suma atención al silencio, deseche toda distracción externa, apague los ruidos mentales y deje que su palabra mediante el Espíritu Santo fluya dentro de usted como brisa refrescante. El mensaje es claro: hagamos hábito de lectura bíblica y meditemos en ella. Esto hará que tengamos archivos mentales sanos para intercambiarlos por aquellos contaminados que impiden nuestro progreso en Dios. Si todavía esto es difícil de alcanzar, entonces tomemos por costumbre apartarnos en un lugar donde no haya nada ni nadie que nos entretenga en cosas banales, y así dar lugar a que el Señor, mediante su Espíritu, nos guíe en medio de nuestro silencio, llevándonos al suyo, y desde allí comunicarnos su propósito divino. Cuando crea no escuchar a Dios, preste suma atención al silencio, deseche toda distracción externa, apague los ruidos mentales y deje que su palabra mediante el Espíritu Santo fluya dentro de usted como brisa refrescante en tiempo de primavera. Al día de hoy, el autor escribe: "no puedo decir que he escuchado la voz de Dios audiblemente, pero de algo estoy seguro, y es que, en la dimensión de su silencio, se encuentra la más alta expresión de su amor".